LA NOBLEZA DE LA EDUCACIÓN
Se ha destacado por llamar la atención, en la línea
del funcionalismo crítico, sobre los factores sociales y familiares de la
trayectoria escolar de estudiantes de diferentes clases sociales, sobre el
papel de la escuela en la reproducción cultural, y de ahí la social y
económica, la función de los profesores, de los exámenes, el lenguaje escolar,
sobre las luchas de poder en la universidad, sobre las distintas estrategias de
reconversión de diferentes clases sociales respecto del sistema escolar, sobre
la sobreproducción y devaluación de los títulos escolares en el mercado
laboral.
El acceso
igualitario a la escuela liberadora y a las competencias técnicas que requiere
el mundo del trabajo, asegura su propia exclusividad a través de férreos
mecanismos de selección y de sutiles filtros que distribuyen los lugares
posibles: desde el modesto docente de primaria en un pueblo de provincia hasta
el funcionario de alto rango en la administración pública o privada.
El destino de ese
juego se define en diversos campos, que Bourdieu analiza con paciencia de
artesano (la pertenencia familiar y el lugar de residencia, los colegios de
elite y las clases preparatorias para acceder a ellos, los institutos de
educación superior de mayor prestigio); en cada uno de estos espacios, los
sujetos “hacen sus apuestas” según el tipo de capital de origen de que
disponen: económico, social, simbólico.
Ponen en
funcionamiento en sus juicios y en sus prácticas: si la institución escolar
hace pensar en una inmensa maquina cognitiva que redistribuye continuamente a
los alumnos sometidos a su examen conforme a su posición anterior en las
distribuciones, en realidad su acción clasificatoria no es otra cosa que la
resultante de miles de acciones y de efectos producidos por agentes que obran
como otras tantas maquinas cognitivas, a la vez independientes y objetivamente
orquestadas.
Saldrán a
nuestro paso esos poseídos que están a merced de los caprichos de la
institución, porque son la institución hecha hombre, y porque, dominantes o
dominados, no pueden padecer o ejercer plenamente la necesidad de ella sino
porque la han incorporado, forman un cuerpo con ella, le dan cuerpo.
Es verdad
que el estado del sistema de enseñanza (en el cual los sistemas de
clasificación aquí analizados encontraron sus plenas condiciones de ejercicio)
quedo sumergido en el pasado: 1968, la critica estudiantil, la difusión de los
trabajos de sociología (buena ocasión para hacer recordar al sociólogo que el
encuentra sin cesar la sociología en su objeto), las transformaciones del
cuerpo profesoral y especialmente las conmociones en las jerarquías de las
disciplinas –dado que el Francés y, sobre todo, la Filosofía, se vieron
destronados en beneficio de las Matemáticas–, todo hace que actualmente las
taxonomías profesorales ya no puedan funcionar mas con la inocencia triunfal
que confiere a muchos de los documentos citados la apariencia de fósiles
antediluvianos.
Los
veredictos escolares a menudo enunciados en el léxico del “don” contribuyen en
gran medida a determinar las “vocaciones”, y por tanto producen o consolidan la
convicción de estar predestinado, que es una de las maneras en que se cumplen
las predicciones
de
la institución.
El alumno
precoz, cuyo límite es el “niño prodigio” o, como se dice actualmente, el
“superdotado”, testimoniaría, con la rapidez casi milagrosa de su aprendizaje,
la amplitud de los dones que le permiten ahorrarse el lento trabajo de adquisición al cual están
destinados los individuos ordinarios.
Dotada de
la evidencia que revisten las instituciones cuando son percibidas por espíritus
estructurados conforme a las mismas estructuras que los organizan, la taxonomía
escolar, por medio del léxico tradicional que la vehiculiza, ejerce sus poderes
de discriminación social mas acá de la vigilancia pedagógica o política. Así, los docentes pueden proclamar –en la
ilusión de la neutralidad– juicios escolares que, como la elección de metáforas
y adjetivos testimonia, apenas disimulan los prejuicios sociales.
Todo
parece indicar que, cuanto más se extienda durante un largo periodo el control
sobre los conocimientos, las aptitudes y las disposiciones éticas (siempre
tomadas en cuenta para el dictamen escolar), los alumnos provenientes de las
posiciones dominadas están en mejores condiciones de hacer apreciar sus
cualidades de asiduidad, tenacidad, docilidad, mientras que los alumnos
originarios de las posiciones superiores imponen mas fácilmente sus cualidades
en ocasión de las pruebas de fin de ano –especialmente si son orales– que en su
definición actual reclaman en primer término la proeza carismática y la
exhibición de cualidades de brío.
Si bien
la institución escolar solo reconoce por completo la relación con la cultura
que no se adquiere sino fuera de la escuela, no puede desvalorizar por completo
la relación escolar con la cultura sin renegar de su propio modelo de
inculcación; reservando sus favores a los que le deben menos en lo tocante a lo
esencial, no puede negar del todo a quienes todo le deben y exhalan una buena
voluntad y una docilidad que tampoco puede desdeñar.
La
homología que se observa entre, por una parte, las estructuras objetivas de la
institución –como la distribución de los saberes, de los autores, y,
correlativamente, de los maestros y de los alumnos entre “disciplinas” (o
“materias”) objetivamente jerarquizadas– y, por la otra, las estructuras
mentales, cuya manifestación puede aprehenderse en los productos clasificados o
en los discursos que acompañan las operaciones de clasificación, autoriza a
concluir que mediante las estructuras de la institución escolar, tanto como
mediante el trabajo pedagógico, se inculcan e imponen los esquemas que
estructuran la percepción, la apreciación, el pensamiento y la acción.
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