jueves, 21 de noviembre de 2013

LA NOBLEZA DE LA EDUCACIÓN


LA NOBLEZA DE LA EDUCACIÓN
Se ha destacado por llamar la atención, en la línea del funcionalismo crítico, sobre los factores sociales y familiares de la trayectoria escolar de estudiantes de diferentes clases sociales, sobre el papel de la escuela en la reproducción cultural, y de ahí la social y económica, la función de los profesores, de los exámenes, el lenguaje escolar, sobre las luchas de poder en la universidad, sobre las distintas estrategias de reconversión de diferentes clases sociales respecto del sistema escolar, sobre la sobreproducción y devaluación de los títulos escolares en el mercado laboral.
El acceso igualitario a la escuela liberadora y a las competencias técnicas que requiere el mundo del trabajo, asegura su propia exclusividad a través de férreos mecanismos de selección y de sutiles filtros que distribuyen los lugares posibles: desde el modesto docente de primaria en un pueblo de provincia hasta el funcionario de alto rango en la administración pública o privada.
El destino de ese juego se define en diversos campos, que Bourdieu analiza con paciencia de artesano (la pertenencia familiar y el lugar de residencia, los colegios de elite y las clases preparatorias para acceder a ellos, los institutos de educación superior de mayor prestigio); en cada uno de estos espacios, los sujetos “hacen sus apuestas” según el tipo de capital de origen de que disponen: económico, social, simbólico.
Ponen en funcionamiento en sus juicios y en sus prácticas: si la institución escolar hace pensar en una inmensa maquina cognitiva que redistribuye continuamente a los alumnos sometidos a su examen conforme a su posición anterior en las distribuciones, en realidad su acción clasificatoria no es otra cosa que la resultante de miles de acciones y de efectos producidos por agentes que obran como otras tantas maquinas cognitivas, a la vez independientes y objetivamente orquestadas.
Saldrán a nuestro paso esos poseídos que están a merced de los caprichos de la institución, porque son la institución hecha hombre, y porque, dominantes o dominados, no pueden padecer o ejercer plenamente la necesidad de ella sino porque la han incorporado, forman un cuerpo con ella, le dan cuerpo.
Es verdad que el estado del sistema de enseñanza (en el cual los sistemas de clasificación aquí analizados encontraron sus plenas condiciones de ejercicio) quedo sumergido en el pasado: 1968, la critica estudiantil, la difusión de los trabajos de sociología (buena ocasión para hacer recordar al sociólogo que el encuentra sin cesar la sociología en su objeto), las transformaciones del cuerpo profesoral y especialmente las conmociones en las jerarquías de las disciplinas –dado que el Francés y, sobre todo, la Filosofía, se vieron destronados en beneficio de las Matemáticas–, todo hace que actualmente las taxonomías profesorales ya no puedan funcionar mas con la inocencia triunfal que confiere a muchos de los documentos citados la apariencia de fósiles antediluvianos.
Los veredictos escolares a menudo enunciados en el léxico del “don” contribuyen en gran medida a determinar las “vocaciones”, y por tanto producen o consolidan la convicción de estar predestinado, que es una de las maneras en que se cumplen las predicciones de la institución.
El alumno precoz, cuyo límite es el “niño prodigio” o, como se dice actualmente, el “superdotado”, testimoniaría, con la rapidez casi milagrosa de su aprendizaje, la amplitud de los dones que le permiten ahorrarse el lento  trabajo de adquisición al cual están destinados los individuos ordinarios.
Dotada de la evidencia que revisten las instituciones cuando son percibidas por espíritus estructurados conforme a las mismas estructuras que los organizan, la taxonomía escolar, por medio del léxico tradicional que la vehiculiza, ejerce sus poderes de discriminación social mas acá de la vigilancia pedagógica o política.  Así, los docentes pueden proclamar –en la ilusión de la neutralidad– juicios escolares que, como la elección de metáforas y adjetivos testimonia, apenas disimulan los prejuicios sociales.
Todo parece indicar que, cuanto más se extienda durante un largo periodo el control sobre los conocimientos, las aptitudes y las disposiciones éticas (siempre tomadas en cuenta para el dictamen escolar), los alumnos provenientes de las posiciones dominadas están en mejores condiciones de hacer apreciar sus cualidades de asiduidad, tenacidad, docilidad, mientras que los alumnos originarios de las posiciones superiores imponen mas fácilmente sus cualidades en ocasión de las pruebas de fin de ano –especialmente si son orales– que en su definición actual reclaman en primer término la proeza carismática y la exhibición de cualidades de brío.
Si bien la institución escolar solo reconoce por completo la relación con la cultura que no se adquiere sino fuera de la escuela, no puede desvalorizar por completo la relación escolar con la cultura sin renegar de su propio modelo de inculcación; reservando sus favores a los que le deben menos en lo tocante a lo esencial, no puede negar del todo a quienes todo le deben y exhalan una buena voluntad y una docilidad que tampoco puede desdeñar.
La homología que se observa entre, por una parte, las estructuras objetivas de la institución –como la distribución de los saberes, de los autores, y, correlativamente, de los maestros y de los alumnos entre “disciplinas” (o “materias”) objetivamente jerarquizadas– y, por la otra, las estructuras mentales, cuya manifestación puede aprehenderse en los productos clasificados o en los discursos que acompañan las operaciones de clasificación, autoriza a concluir que mediante las estructuras de la institución escolar, tanto como mediante el trabajo pedagógico, se inculcan e imponen los esquemas que estructuran la percepción, la apreciación, el pensamiento y la acción.

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